A 135 kilómetros de Arica, enclavado a 2.180 metros sobre el nivel del mar, se encuentra el pintoresco poblado de Esquiña, un destino cargado de historia, cultura y naturaleza que invita a los aventureros a sumergirse en las raíces más profundas de la comuna de Camarones. A partir de la bifurcación al valle de Codpa de la ruta A-35, Esquiña está ubicado en un valle encajado en una quebrada, emerge como un faro turístico que combina el encanto prehispánico con la tradición cristiana.
Los calvarios son parte del camino que lleva al núcleo de Esquiña, una conexión de experiencia espiritual única: Estos altares y cruces, situados a la entrada del pueblo, marcan el inicio de un recorrido devocional que recuerda los pasos de Jesús y forma parte integral de las festividades patronales locales. Las fiestas, impregnadas de la espiritualidad de sus habitantes, son una parte esencial del ciclo de vida de este pueblo, donde la fe se entrelaza con los rituales ancestrales.
Una de las festividades más significativas de Esquiña es el Carnaval de Don Mateo, una celebración que resuena con ecos prehispánicos. Este evento se realiza una semana antes de la Cuaresma y revive la alegría y el espíritu comunitario a través del desentierro del «Carnavalito Mateo», símbolo y patrón de la festividad. Durante una semana, el pueblo se llena de color, música y danzas tradicionales, culminando con el entierro de Mateo, una ceremonia cargada de simbolismo y significado.
Entre los tesoros arquitectónicos que adornan Esquiña, destaca la Iglesia de San Pedro, construida en el siglo XVIII y declarada monumento histórico de Chile. Este templo, restaurado entre 2008 y 2010, es una joya del patrimonio religioso, con su campanario que alberga dos campanas que representan al hombre y la mujer según la cosmovisión aymara. La campana aguda simboliza a la mujer, mientras que la campana ronca, al hombre, y suenan dependiendo del sexo de la persona fallecida, un detalle único que conecta lo sagrado con lo terrenal.
Cerca de la iglesia se encuentra el cementerio local, otro lugar cargado de historia y tradición, mientras que, al salir del pueblo, los visitantes pueden admirar petroglifos, vestigios del arte rupestre de las civilizaciones precolombinas. Estos grabados en roca, que aún desafían el paso del tiempo, son testimonio de las culturas antiguas que habitaron la zona y son una parada obligada para los amantes del turismo arqueológico.
Además de su riqueza cultural, Esquiña ofrece un paisaje natural digno de admiración. Las grandes cactáceas que rodean el poblado, como el cardón, piscayo y sabaya, contrastan con el verde del valle y el serpenteo del río Esquiña, creando postales naturales perfectas para los amantes de la fotografía y el senderismo. Durante los meses de enero a mayo, el paisaje se adorna con flores silvestres que, tras las lluvias estivales, llenan el valle de color y vida, ofreciendo un espectáculo natural inigualable.
El valle de Esquiña también es reconocido por la calidad de sus corderos, cuya carne es utilizada para la producción de quesos artesanales que han ganado fama en la región. Cada año, la comunidad celebra el Festival del Cordero, un evento que atrae a cientos de visitantes que buscan degustar este manjar en medio de un ambiente de fiesta y camaradería.
Esquiña es, sin duda, un destino que captura el alma de quien lo visita, ofreciendo una experiencia completa que combina historia, cultura, naturaleza y gastronomía. Un lugar donde las tradiciones ancestrales siguen vivas y donde el viajero puede conectar con lo más profundo de la tierra y sus costumbres.